La constelación del Auriga o Cochero es un arca de mitos.
Las estrellas más brillantes del asterismo están dispuestas a la manera de un hexaedro irregular, uno de cuyos vértices (la estrella El Nath) coincide con
el ápice del asta izquierda de Tauro.
El Auriga y Tauro compartiendo la estrella El Nath (beta Tauri).
Imagen del blog La bitácora de Galileo.
Imagen del blog La bitácora de Galileo.
Auriga se encuentra superpuesta a la Vía Láctea. Capella
(también llamada la Cabra) es la estrella de la constelación que se halla a
mayor altura sobre la eclíptica, y la magnitud de su brillo amarillento sólo es superada por Sirio en las noches de invierno.
Eratóstenes nos explica que el auriga celeste es el
catasterismo -esto es, la conversión en estrellas- de Erictonio, hijo mortal de
Hefesto y Gea quien fue el primero en uncir un tronco de caballos, y también
que éste rivalizó con el dios Helios en la conducción de una cuádriga. Así
mismo fue el primero en organizar una procesión hasta la Acrópolis en honor de
la diosa Atenea. El cosmógrafo de Cirene cita en su obra la narración de
Eurípides acerca del nacimiento de dicho ser extraordinario:
“Enamorado Hefesto de la diosa Atenea, quiso unirse a ella,
pero ésta lo rechazó porque prefería seguir siendo virgen y corrió a refugiarse
en un lugar del Ática al que a partir de entonces dieron el nombre de Hefesteo.
Mas como el dios insistiera en forzarla echándose sobre ella, tuvo que refrenar
sus ardores al ser alcanzado por la lanza de la diosa, aunque su semen se
derramó sobre la Tierra. De este semen dicen que nació un niño, al que llamaron
Erictonio. Al hacerse mayor se enteró de todo y a partir de entonces resultó
muy admirado gracias a sus cualidades guerreras.”
Otra tradición griega sostiene que el auriga es Mirtilo,
cochero del rey Enómao de Pisa. Geoffrey Cornelius la expone en su Manual de
los cielos y sus mitos:
“El rey Enómao, conocido por su amor a los caballos, no
podía soportar la idea de casar a su hija Hipodamia. Así, ideó una competición
de carros de caballos, en la cual él competiría con cada uno de los
pretendientes de su hija, y si el pretendiente perdía la carrera también perdía
la vida. Los caballos de Enómao, más veloces incluso que el viento del norte,
habían pertenecido al dios Ares y eran invencibles, motivo por el cual Enómao
batió a cada uno de los pretendientes de su hija.
Sin embargo, cuando le llegó el turno a Pélope, hijo de
Hermes, los dioses decidieron intervenir: Poseidón, antiguo dios de los
caballos y también rey de los mares, le regaló a Pélope un carro de oro tirado
por yeguas aladas también de oro. Para asegurarse mejor su victoria, y con
Hipodamia como cómplice, Pélope se conjuró con Mirtilo, el conductor del carro
de Enómao, para sustituir los clavos de sujeción de los ejes del carro del rey
por copias de cera; a cambio prometió que si el rey perdía la carrera, Mirtilo
obtendría como recompensa la mitad del reino y la noche de bodas con Hipodamia.
Cuando la carrera estaba en su punto más álgido, las ruedas del carro de Enómao
se desprendieron, y el rey fue arrastrado hasta morir. Pero antes de morir
maldijo a Mirtilo.
Mirtilo reclamó una parte de su recompensa pero Hipodamia se
resistió. Pélope golpeó al lujurioso auriga, cogió las riendas y se encaminó de
vuelta a casa. Durante el viaje de regreso, Pélope empujó a Mirtilo, causándole
la muerte. Hermes, al descubrir el engaño, honró al cochero y le otorgó un
lugar entre las estrellas.”
Arato escribe que “si te parece oportuno observar al Cochero
y a las estrellas del Cochero, si hasta ti ha llegado el renombre de la Cabra o
el de sus Cabritos, que a menudo contemplaron a los hombres esparcidos sobre el
mar purpúreo, lo encontrarás, enorme todo él, apoyado en la parte derecha de
los Gemelos, mientras que el vértice de su cabeza gira enfrente de Hélice;
encima de su hombro izquierdo se mueve la sagrada Cabra que, según la leyenda,
ofreció su ubre a Zeus. Los intérpretes de Zeus la llamaban Cabra Olenia. Es
grande y brillante; pero sus Cabritos lucen levemente en la juntura de la
mano.” Manilio añade que la Cabra es “famosa por haber alimentado al rey del
cielo; gracias a sus ubres alcanzó Júpiter el gran Olimpo, adquiriendo fuerzas
con aquella leche salvaje para lanzar el rayo y producir el trueno. Por eso
Júpiter la colocó merecidamente entre los astros eternos, pagándole la
conquista del cielo con la recompensa del mismo.”
La constelación del Auriga en el
Manuscrito Aratea (s. IX).
Biblioteca de la Universidad de Leiden, Holanda.
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