jueves, 31 de agosto de 2023

Oppenheimer, la película

  "Intentaremos ilustrar esta paradoja: la de que la Tradición Hermética está en el Origen de la Ciencia considerada esta última como aplicación a la realidad concreta de los principios herméticos y las doctrinas alquímicas y teúrgicas, y a la vez la de cómo la visión literal y racionalista se fue apoderando poco a poco del hombre de Occidente, quien ha transferido conocimientos de orden vertical a la parcialidad horizontal y así ha procedido indefinidamente a la deriva, al punto de amenazar su suerte".

Federico González, Hermetismo y Masonería

 


Cartel de la película Oppenheimer

Este impactante film de Christopher Nolan, estrenado recientemente, traza un interesante relato biográfico del físico norteamericano al que se considera el padre de la bomba atómica. El guion, escrito por el propio Nolan como el de otras de sus películas -Memento, Interstellar, Dunkerque, etc.-, se basa en una biografía publicada por Kai Bird y Martin Sherwin en 2005 con el sugerente título de American Prometheus

Aunque en nuestra opinión, el Oppenheimer que dibuja la cinta no tiene ningún tipo de relación con el titán que beneficia a los hombres restituyéndoles el fuego secuestrado previamente por Zeus (como castigo por el desvío de parte de las ofrendas debidas a los olímpicos), si bien el envidioso traidor de la película -el presidente de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos- lo acusa precisamente de eso, de pretender ser reconocido como un nuevo Prometeo que pone el fuego de los dioses (en este caso, el poder de la energía atómica) en manos de la humanidad, y lo que es peor aún a su juicio, acaparando todos los honores por ello. Sin desconocer la dimensión solidaria del físico, que lo lleva a apoyar económicamente a la causa republicana durante la Guerra Civil española, el motor que lo mueve es, mucho más que el amor a los seres humanos, su enorme curiosidad científica acerca del comportamiento a escalas atómica y subatómica de la materia universal (el film comienza presentándonos a un joven Oppenheimer obsesionado por lo que sucede cuando una estrella del cielo deja de brillar y muere), a la que por supuesto considera como algo ajeno al alma y al espíritu del mundo conforme al paradigma de la física moderna, que los ignora. Por otra parte, si acepta encabezar el proyecto Manhattan para la construcción de una bomba nuclear no es en bien de la humanidad (¿cómo podría serlo el desarrollo de un arma de destrucción masiva?) sino porque el ofrecimiento de los militares estadounidenses le permite colaborar, con medios casi ilimitados, con los mejores físicos teóricos del momento, sus colegas, amén del aliciente de que los nazis hayan comenzado un proyecto secreto análogo (Oppenheimer era judío).

El equipo de aprendices de brujo (hubo un momento en que los científicos del proyecto Manhattan temieron que una explosión nuclear podría desencadenar la ignición de toda la atmósfera terrestre, pero simplemente decidieron seguir adelante esperando que no sucediese tal cosa) consigue dejar a punto sus dos primeras bombas, las tristemente famosas “Little Boy” y “Fat Man”, en 1945, si bien para entonces Alemania ya está a punto de rendirse ante los aliados. Truman, a la sazón presidente de los Estados Unidos (Roosevelt había fallecido unos meses atrás), toma entonces la decisión de lanzarlas sobre Hiroshima y Nagasaki para afirmar la supremacía militar estadounidense a escala planetaria y forzar la rendición de Japón. Al Oppenheimer vitoreado por su equipo y por el público americano en general por el éxito de sus ingenios le atormenta la muerte y la devastación que ha contribuido a causar, el aún mayor potencial destructivo de las bombas termonucleares de fusión en que algunos de sus colegas de proyecto han comenzado a investigar (Edward Teller tendrá lista la primera bomba H en 1952) y la carrera armamentística internacional que todo ello puede llegar a desencadenar. Por tal razón y con la esperanza de ser atendido por su reputación, pide (y logra) ser recibido en la Casa Blanca para pedir al presidente norteamericano que modere el desarrollo del programa de nuevo armamento nuclear. El clímax de la película es la escena en que Oppenheimer, emocionado, dice a Truman que tiene las manos manchadas de sangre, y éste le responde que sólo él como presidente es responsable del uso de las bombas atómicas. Acto seguido despide al científico y cuando éste abandona el Despacho Oval, prohíbe airado a sus ayudantes que le vuelvan a traer a “ese científico llorón”. 

Desde este momento, Oppenheimer utilizará toda su influencia y crédito para intentar que en la sociedad cale un juicio negativo acerca del desarrollo de nuevas armas nucleares, pero la Comisión de Energía Atómica de los EEUU maniobra en su contra acusándolo de filocomunista y consigue desprestigiarlo (era la época de la “caza de brujas” impulsada por el senador McCarthy). Apartado de la vida pública, regresa a sus clases en la universidad y no es rehabilitado hasta 1963, pocos años antes de su muerte. 

En definitiva, el Oppenheimer de Christopher Nolan es un fresco de un instante en el devenir en que la caída vertiginosa en que estamos inmersos por causas cíclicas se acelera de golpe, y de cómo los “sabios” de nuestro tiempo colaboran activamente en este extraño juego de destrucción cósmica, por cierto, desconociendo para quién trabajan en realidad. No se lo pierdan.



Arcano XVI del Tarot, "La Torre de destrucción"