La iniciación en una vía de Conocimiento es vista por la Tradición como un segundo nacimiento del ser humano y es comparada al ingreso en una caverna. Esta gruta simboliza el conjunto de posibilidades de la manifestación universal y de ella se dice que tiene dos puertas: la “puerta de los dioses” y la “puerta de los hombres”. La puerta de los dioses, que es análoga a la clave de bóveda en el simbolismo del templo cristiano, es “superior” con respecto a la puerta “inferior” de los hombres, la cual es representada, por ejemplo en el simbolismo de la francmasonería, como un portillo imaginal a ras de suelo por el que el candidato a la iniciación es introducido en la logia con los ojos vendados.
Así, el neófito ingresa en la caverna iniciática a través de la puerta de los hombres y emprende un recorrido vital en el que irá conociendo lo que verdaderamente es y vivenciándolo -o sea, efectivizándolo- por medio de su identificación con ello. Con la herramienta del pensamiento y la ayuda imprescindible del símbolo, el rito y el mito, se irán desvelando en él los estados superiores de su ser hasta alcanzar la conciencia de unidad con el Ser Universal. O no, porque no es algo que dependa sólo de su voluntad ya que “el espíritu sopla de dónde quiere, y oyes su sonido, más no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3, 8).
Y llegará el momento, el de su muerte física (o acaso antes), en que toque abandonar la “caja cubo multidimensional” en que un día penetró. Y puede que salga de ella por la misma puerta de los hombres que un día atravesó para emprender un nuevo ciclo en la realización de las posibilidades más altas de su ser, reingresando a la caverna cósmica en otro estado -pues nunca hay repeticiones en la manifestación-. Pero también cabe que salga por la otra puerta, la puerta de los dioses, que la Tradición relaciona por su carácter superior con el solsticio de invierno (así como la puerta de los hombres es relacionada con el solsticio de verano). Una puerta que han traspasado ancestros nuestros que, como los héroes míticos, han efectivizado su iniciación y han logrado autoparirse como dioses. Esa puerta, la del tercer y último nacimiento, conduce a la libertad definitiva de la disolución en lo Absoluto, Infinito y No Dual. Un ámbito inimaginable e incognoscible desde nuestra individualidad en el que no hay otridad ni nada acerca de lo que se pudiera decir algo. La posibilidad de acceder a él es la buena nueva que celebramos en el solsticio de invierno.
Según el Observatorio Astronómico Nacional, el solsticio de
invierno (de verano en el hemisferio sur) tendrá lugar el 21 de
diciembre a las 16 horas y 59 minutos de hora oficial peninsular. La estación
durará 88 días y 23 horas, y concluirá el 20 de marzo del año próximo con el equinoccio de
primavera.
En el solsticio, el cielo del ocaso estará dominado por Venus, Mercurio,
Saturno y Júpiter, pero irán desapareciendo paulatinamente a lo largo de la estación. Venus lo hará a primeros de enero, Mercurio y Saturno a mediados del mes y Júpiter a mediados de febrero, de modo que en marzo no habrá planetas visibles al anochecer. Al amanecer, Marte será visible en enero, Venus desde mediados del mes, y Mercurio y Saturno a partir de febrero.
Durante el invierno no se producirá ningún eclipse.
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