En cierto sentido, los equinoccios son el contrapunto de los solsticios. En estos últimos, el Sol detiene su marcha ascendente (solsticio de verano) o descendente (solsticio de invierno) sobre el meridiano del lugar, y todo en la naturaleza terrestre reproduce dicho aquietamiento de una manera u otra -lo que es especialmente notorio en el periodo invernal-. Los equinoccios, por contra, son momentos de cambio máximo: el Sol cruza el ecuador celeste imponiendo su reinado de luz y calor (equinoccio de primavera) o dejando paso a una oscuridad que irá arrinconando a la claridad (equinoccio de otoño).
El otoño es, pues, un periodo de declive. Quizás es la estación que refleja de una manera más nítida la tendencia del ciclo cósmico en el que hemos venido a la existencia -el Sol también declina durante el verano, pero su calor lo disimula-. Y este año, justo al filo de la luna llena del equinoccio de otoño, cuando el magma incandescente del interior de la Tierra experimenta las mareas más intensas y es más proclive a ascender por las grietas de la corteza terrestre, ha entrado en erupción el volcán Cumbre Vieja de la isla canaria de La Palma. Sus lenguas de fuego y lava avanzan sobre un territorio al que los palmeros llaman El Paraíso y arrasan todo lo que encuentran a su paso. Además hemos oído en un noticiero que en estos momentos hay una cantidad enorme de volcanes en erupción en todo el planeta. ¿Qué significará todo esto?
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