Tras el solsticio de invierno, día tras día, tenazmente, la órbita del Sol ha ido ganando altura y amplitud para lograr su culminación. Es una carrera ritual que ha requerido de unas energías enormes y en la que no ha habido el más mínimo desfallecimiento por parte del dios radiante. Cuentan que, a cada amanecer, los incas lo alentaban con esta oración:
Que nunca envejezcas; que siempre permanezcas joven; que
cada día te alces para iluminar la tierra1.
Una plegaria que también va con nosotros. Que nuestro
corazón, “que es en el interior del hombre lo que el sol es en su exterior”1,
nunca envejezca. Que permanezca siempre joven. Que cada día se alce por encima
de las brumas pringosas de la mediocridad para bañarse en la luz del Intelecto
Universal, y así, regenerado, ilumine las indefinidas estancias del yo auténtico (el cual tiene muy poco que ver con nuestro denso yo individual y sus
nimiedades). Sólo así podremos ser lo que somos, verdaderamente y sin dobleces.
Sólo así alcanzaremos el Destino al que nos hemos adherido por libre voluntad.
***
Según el Observatorio Astronómico Nacional, el solsticio de
verano (de invierno en el hemisferio austral) tendrá lugar el 21 de junio a las
5 horas y 32 minutos de hora oficial peninsular. La estación estival durará 93
días y 15 horas, y concluirá el día 22 de septiembre con el equinoccio de
otoño.
Al comenzar el verano, Júpiter y Saturno serán visibles al
amanecer. En agosto se les podrá observar casi durante toda la noche, pero al
término de la estación sólo se les podrá divisar al anochecer. También Venus será
visible cuando anochece, en su caso durante todo el verano, como Marte,
pero éste sólo hasta fines de agosto.
Durante la estación no se producirán eclipses de Sol ni de
Luna.
1 Federico González Frías, Diccionario de
Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Sol”. Ed. Libros del Innombrable,
Zaragoza, 2013.
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