jueves, 19 de diciembre de 2019

Solsticio y luz

La página hermana de Facebook Mujeres Herméticas - Lo Femenino, la Mujer, perteneciente como nuestro blog al anillo telemático de la revista SYMBOLOS (https://www.symbolos.com), acaba de publicar un bello texto con motivo del próximo solsticio que aquí transcribimos con alegría:

LAS NOCHES MÁS LARGAS DEL AÑO SON LAS QUE ABRAZAN AL SOLSTICIO DE INVIERNO

En estos días de noches largas, las más largas del año en el hemisferio norte (más largas cuanto más al norte), observamos cómo el recorrido del sol se contrae, se empequeñece el arco que dibuja en el cielo hasta que en este diciembre se aquiete el día 22 a las 04:19 horas UTC y victorioso ante la progresión de la oscuridad, renazca con renovado impulso para iluminar un nuevo ciclo, una nueva posibilidad. Celebramos, con agradecimiento a esta estrella tan querida, el solsticio con estas palabras de Giordano Bruno a “la luz” que suenan musicales; cantamos, cantamos al Sol, “cuerpo luminoso”, “hijo visible e imagen del sumo Dios”:

LA LUZ

“7. Considera, por tanto, como los Platónicos, la luz como fuego y forma del cielo, imagen de la vida celeste (de modo que lo que en la vida celeste es intelectual, en un cuerpo celeste es luminoso, como aquello que en la mente es intención, en la voz es discurso o palabra), encendida por Dios en el sol, en el cual se encuentran las otras cualidades, de las cuales las más importantes son: el calor vital y placentero, una cierta actividad motriz y formadora de las especies. Hay una luz más íntima gracias a la cual el sol brilla con luz propia: se considera diferente de este tipo la luz que desde allí se difunde por todo como una imagen del sol. Por tanto de esta luz que se ha encendido en nosotros pasamos a la luz esparcida que la enciende, después a aquella de la que es derramada físicamente, por tanto a esa íntima que es el principio de la efusión, en fin de aquella que está en un cuerpo divisible como elemento divisible a esa más simple e indivisible: como si se pasase de un sonido transcrito e impreso en la materia con los caracteres propios a uno escuchado, por ejemplo esparcido por el aire, después a uno emitido, por tanto a los principios orgánicos de emisión, en fin a la simple potencia y a la facultad indivisible a cuyo mando los órganos obedecen.

Que aquella luz primera inicial existiese antes del sol, si no por duración al menos por naturaleza, lo comprendieron Orfeo y los egipcios, cuyos misterios quizá representa Moisés en sus parábolas. Por esto los antiguos caldeos, todos los egipcios, los Pitagórícos, los Platónicos y otros óptimos contempladores de la naturaleza adoraban más ardientemente este sol (Platón lo llamó hijo visible e imagen del sumo Dios, a su nacimiento Pitágoras tocaba himnos con su lira, y Sócrates era raptado en éxtasis saludando su despuntar), considerándolo vista y oído entre las otras estrellas, no privados de memoria y agotando las oraciones; no es condenada la idolatría de aquellos, pues, volviendo los ojos del cuerpo a imágenes vivientes o a óptimos vestigios de la divinidad, a través de un culto por así decir ‘exterior’ (que también dios parece pedirnos) se refuerzan principalmente en la religiosidad interior y más encendida del ánimo. De hecho, nosotros que somos guiados de la mano al conocimiento a través de las cosas sensibles hacia aquellas inteligibles, y con análoga progresión desde las cosas incorpóreas a través de aquellas corpóreas, estando compuestos de una doble naturaleza participamos de la divinidad. Por eso, puesto que nuestro cuerpo y nuestra alma, el sentido y el intelecto, son medios para celebrar, y puesto que ambas facultades nos impulsan hacia lo divino a través de los medios de ambas, sean los templos y los lugares sagrados, sean quienes se dicen que habitan en ellos, la naturaleza proclama por todas partes que deban ser objeto de un doble culto; ella también, sobre el modelo de las estrellas que dependen de una sola fuente de luz, enseña a reconocer -más allá de todos los innumerables dioses regentes del mundo- un solo príncipe, padre y Dios.” (Giordano Bruno. El Sello de los sellos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza 2007)

Da la impresión que en estos tiempos a la mayoría de gente parece llamarle más a participar las puestas del sol, que los amaneceres cuando la estrella se alza inaugurando el día. Quizás sea por la similitud en la que esta humanidad se encuentra, muy muy cercana a su ocaso.

* * *

Según el Observatorio Astronómico Nacional, el solsticio se producirá el 22 de diciembre a las 5 horas y 19 minutos de hora oficial peninsular. La estación durará 88 días y 23 horas y terminará el 20 de marzo de 2020 con el equinoccio de la primavera.

En los anocheceres de invierno destacará Venus sobre el horizonte oeste, mientras que Marte será visible al amanecer durante toda la estación. Podremos volver a observar a Júpiter desde mediados de enero y a Saturno desde febrero.

A lo largo del invierno se producirán dos eclipses: el 26 de diciembre, un eclipse anular de Sol que será visible en África, Asia y Oceanía; y el 10 de enero, un eclipse penumbral de Luna que será visible en Europa, África, Asia y Australia. Este último afectará a toda España.

Sol entre brumas de un mediodía de diciembre. Colonia de Sant Pere (Mallorca)

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