Cada día el sol describe un arco de círculo en el cielo, emergiendo desde un punto hacia el este y poniéndose en otro lugar al oeste. En ausencia de relieve (o sea en un territorio llano, o bien mar adentro), la recta invisible que une ambos puntos resulta ser una horizontal paralela al plano que contiene al horizonte, al cual veríamos como una circunferencia perfecta de 360º de la que somos su centro.
Análogamente, en su viaje anual por la bóveda celeste, el sol recorre un círculo oblicuo (la eclíptica) con respecto al plano ecuatorial, “saliendo” o levantándose por encima de éste en el día del equinoccio de primavera y “poniéndose” en el equinoccio de otoño, efeméride a la cual nos aproximamos. La línea que une los puntos de intersección entre la trayectoria aparente del sol y el ecuador celeste es también una “horizontal celeste” que establece la orientación simbólica este-oeste sobre la esfera de las estrellas fijas, y la que une a los puntos solsticiales -perpendicular a la anterior-, la “vertical celeste” que traza la dirección norte-sur. En la antigua Mesopotamia, en la época en que el punto vernal estaba situado sobre la constelación de Tauro (hoy en Piscis), se consideraba que cuatro estrellas reales u “observadores celestes” custodiaban los brazos de esta cruz simbólica y los cuatro cuadrantes en que dividen al universo: Aldebarán (Tauro), relacionado con la primavera y el este, Régulo (Leo) con el verano y el sur, Antares (Escorpio) con el el otoño y el oeste, y Formalhaut (Pez Austral) con el invierno y el norte (1).
Planisferio celeste septentrional (Venecia, 1777).
La línea oblicua con respecto al contorno circular (ecuador celeste) es la eclíptica.
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