En nuestro viaje por los símbolos del Cosmos nos detenemos ahora ante
la Gran Pirámide de Gizeh, erigida bajo el reinado del faraón Keops unos 2.600
años antes de nuestra era. Es la mayor de las construidas en Egipto y fue considerada
durante la Grecia helenística y el Imperio Romano como una “Maravilla del
Mundo”. Mereció este apelativo sin duda por su monumentalidad y belleza; pero lo
que en verdad la hace maravillosa es su diseño simbólico inteligente.
La pirámide tiene una base cuadrada de aproximadamente 230 m
de lado que está orientada según los cuatro puntos cardinales. En la actualidad
corona a unos 137 m de altura, pero habida cuenta de la inclinación de los
planos que contienen las caras laterales (de 51º 50’ sobre la horizontal) y del
hecho que estaba cubierta de un grueso revestimiento de piedra caliza hoy
desaparecido por la erosión, se estima que el vértice de la pirámide debía
estar originalmente a una cota de 147 m por encima de su base. En cuanto a la
longitud de las aristas, ésta resulta ser de 219 m lo que supone que las caras
laterales de la construcción son triángulos isósceles ligeramente achatados y
no equiláteros como quizás se podría suponer.
Imagen de la Gran Pirámide de Gizeh (foto de Nina Aldin Thune) |
La Gran Pirámide fue llamada en la antigüedad “la Tumba de
Hermes” puesto que se afirmaba que “en dicha pirámide se encierra la Ciencia
Sagrada transmitida por Hermes (identificado con el profeta Idris o Henoch)
desde los tiempos antediluvianos, en clara alusión a la civilización Atlante,
remontándose a través de ésta hasta la propia Tradición Primordial. Se afirma
también que la referida pirámide guarda esa Ciencia no en forma de documentos o
inscripciones jeroglíficas, sino ‘fijada’ en su propia estructura exterior e
interior, pues en verdad se trata de un auténtico modelo simbólico del Cosmos,
al cual refleja en todas sus proporciones y medidas.” (F.G.F. y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada.
Revista SYMBOLOS, 25-26, p. 316, acápite “El Hermetismo Alejandrino”)
En la voz “Pirámide” del Diccionario
de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González leemos:
“La pirámide es un símbolo sustituto de la montaña, en el sentido de altura y elevación espiritual que ello significa.
Las pirámides son unánimes, ya sean escalonadas o no y se encuentran en las civilizaciones precolombinas y egipcias, de modo notorio, aunque también algunas otras pequeñas (celtas) o montes con templos escalonados, que pueden subirse, como en el sudeste asiático o China. Los zigurat mesopotámicos son de igual sentido, aunque un camino espiral circunda la montaña.
Son todas ellas sendas hacia la sumidad intelectual y lo más alto.”
El
arquetipo que reproduce la Gran Pirámide –como también las pirámides menores
vecinas, igualmente de bases cuadradas y orientadas– está a la vista de cualquiera que contemple
su estructura sustrayéndose a las discusiones acerca del número y peso de los bloques
que componen el monumento y de si éstos fueron colocados con rampas, grúas de
madera u otro tipo de artefactos por tal o cual número de esclavos, tan caras a los ‘egiptólogos’. Ante nosotros,
simplemente, la imagen de un punto en lo alto del que emanan rayos oblicuos cuyas
intersecciones sobre el plano terrestre determinan un espacio ordenado. Un símbolo
bellísimamente desnudo de la Cosmogonía.
Como
narra el Tao te King y los relatos cosmogónicos
de todas las tradiciones de maneras análogas, “el Tao da nacimiento al uno” quedando
afirmada una Unidad misteriosamente en el seno de la Nada supraesencial. El
punto geométrico (y como tal, el vértice de la pirámide) es un símbolo de esa
primera determinación, del mismo modo que la recta (en el modelo de la
pirámide, cada una de sus aristas) lo es de la polarización primordial inherente
a su propia esencia según todas las semillas y gérmenes del Universo revelan. La
conjunción de la Unidad y la Dualidad primigenia conforma un Ternario generador
(“el tres da nacimiento a todo”) cuya imagen simbólica por excelencia es la
forma triangular (como la de las caras de la pirámide), siendo el cuadrado un
símbolo de la Creación emanada de la Tríada principial que espeja a la Unidad
en el plano de la Manifestación (4 = 4+3+2+1 = 10 = 1+0 = 1).
Podemos
ver al cuadrángulo horizontal que constituye la base de la pirámide, pues, como un símbolo de
la Existencia Universal y también de un grado de particular de esa existencia,
por ejemplo aquél en el que discurre nuestra vida como seres humanos
individuales. Este nuestro periplo por dicho ámbito es un oficio temporal cuyo
desenlace es la reintegración en nuestro Origen, según muchos compañeros de
viaje afiliados a la Cadena Áurea atestiguan y hasta puede que hayamos
comenzado a experimentar íntimamente. Se atisba, pues, un viaje vertical de
retorno por un espacio intermediario cuajado de estados manifestados e
inmanifestados del Ser que cabe ver como análogo al espacio que encierra el volumen
alzado de la pirámide. Devueltos a la Unidad principial, participaremos de un
enorme fundido al negro del Cosmos en el seno del No-Ser, de unas tinieblas más
luminosas que cualquier Luz, definitivamente liberados de cualquier concreción.
Todo lo cual no es más que una manera de hablar de algo que es incognoscible
y completamente inefable por naturaleza…
Acerca
del viaje de ultratumba y la simbólica de la Gran Pirámide, es muy notable que
se hayan encontrado tres cámaras fúnebres a diferentes niveles en el interior
del monumento (ver esquema). La primera de ellas se halla por debajo de la cota
del terreno, a mayor profundidad que el cuerpo de la pirámide propiamente dicho
y por lo tanto fuera de él, en un nivel que cabe relacionar con el tránsito post-mortem por el inframundo y al que
se llega por un pasadizo descendente que arranca de la entrada a la pirámide,
ubicada en el lado norte. Antiguamente, éste era el único ámbito al que se
podía acceder directamente desde el exterior de la pirámide puesto que el
corredor ascendente que conduce a la denominada “Cámara de la Reina” estaba
sellado por grandes bloques de granito. Desde la tumba inferior (presumiblemente,
la única estancia en que se depositó alguna vez un cadáver) se puede alcanzar
esa segunda cámara situada aproximadamente en su vertical, sobre el eje de la
pirámide, a través de un pasadizo perforado, mientras que de la “Cámara de la
Reina” se accede a la “Cámara del Rey”, ubicada a un nivel aún superior cerca
del centro de la pirámide, a través de un pasillo horizontal y una “Gran galería” aboveda y oblicua. Nos llama mucho la atención la semejanza entre el
tránsito por estas estancias fúnebres y el ascenso por las sefirot Malkuth, Yesod y Tifereth del pilar central del Árbol de la
Vida, un recorrido que debe continuar hasta la cima (en el Árbol, Kether) y culminar
más allá del Cosmos con el despojamiento de todo lo que pudiera ser algo.
Acabaremos esta nota volviendo sobre las dimensiones
algo intrigantes de la Gran Pirámide. Varios autores atribuyen a Herodoto la observación
de que “si se levanta un cuadrado sobre su altura [de la pirámide], su
superficie corresponderá a la de cada una de las superficies triangulares [de
las caras laterales]”. Expresando esta igualdad en términos matemáticos y
sustituyendo en la ecuación resultante la medida del lado del cuadrado de base,
se obtienen dimensiones totalmente concordantes con las expuestas al principio,
un ángulo de inclinación de las caras laterales idéntico al observado y algo mucho
más interesante: que la distancia entre el punto medio de un lado de la base cuadrada
de la pirámide y el vértice de ésta (o sea, la longitud del apotema de una cara
triangular) y la distancia horizontal entre ese mismo punto medio y el eje de
la pirámide están en proporción áurea. Siendo ésta una relación geométrica que
expresa que “el Todo es a la parte como ésta es al resto”, traspuesta a las
dimensiones de la Gran Pirámide sugiere que alcanzar el centro del estado
de ser en el que se desarrolla nuestra vida como hombres y mujeres, es decir
adquirir la plenitud de nuestra condición humana, es análogo a retornar al
Origen.
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