Los magos y alquimistas de la antigüedad reproducían en sus gabinetes el proceder de la naturaleza para producir creaciones con las que se sumaban a la gran obra de construcción de un universo inacabado. Convertidos por medio de ese gesto en colaboradores conscientes de la Cosmogonía universal -consciencia que diferenciaba su labor ritual de las simples acciones materiales-, la vivían “desde adentro” y se adentraban en sus misterios, el mayor de los cuales es la emanación del Ser Universal en el seno de la Posibilidad Absoluta. Entrevista la hoja de ruta que conducía al origen, su vida se consagraba al ascenso por la escala que recorre los estados del ser hasta la última puerta con el afán de traspasarla.
Toda esa labor era llevada a cabo con un método y conforme
al orden universal, con el que se ritmaban. Y de la misma manera que ellos veían la
entrada del Sol en Aries, signo de fuego -el inicio de la primavera en el
hemisferio boreal-, como un momento propicio para dar comienzo a la obra de
transmutación o para reemprenderla con furor, pensamos que la detención del ascenso del gran
luminar que ocurre en el solsticio de verano -la entrada del Sol en Cáncer,
signo de agua- es una circunstancia propicia para la recapitulación.
En la cinta del tiempo cíclico, el solsticio es un símbolo del
tiempo que no transcurre, es decir un reflejo de la eternidad. Eternidad que
vive en nosotros porque nuestra alma vivía en ella antes de ser “atrapada” en
un cuerpo y caer en esta pesada existencia, y no se desligó de ella en el
trance. Hay en nuestra alma muchos aspectos cambiantes y
efímeros, presididos por la Luna: los instintos, las pasiones, los afectos, los
sentimientos, etc., vivencias que se corresponden con el mundo de Yetsirah en
el Árbol de la Vida cabalístico. Pero hay un cordón umbilical invisible que
mantiene unida al alma con el espíritu y que hace que ésta pueda ser partícipe
de los estados más diáfanos del Ser Universal. Tal aspecto superior del alma,
de carácter solar, no es otro que el mundo de Beriyah de la Cábala y su
facultad más elevada es el pensamiento inspirado, una “intuición
intelectual” directa que nos lleva a afirmar que somos lo que somos aunque no
podamos decir mucho más. Quizás ni nos demos cuenta del todo de la majestad que
ello significa. Y he aquí la oportunidad que nos brinda el solsticio: “el
tiempo se ha detenido en su constante ambular” como dice el poeta, y no hay
otra cosa que hacer que absorbernos en la inmensidad del Ser universal y su
matriz infinita, porque en la eternidad no hay más que eso. Y la eternidad es
ahora.
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El solsticio de
verano (de invierno en el hemisferio sur) tendrá lugar el día 21 de junio a las
4 horas y 42 minutos de hora oficial peninsular, según cálculos del
Observatorio Astronómico Nacional. La estación durará aproximadamente 93 días y
16 horas, y terminará el 22 de septiembre con el equinoccio de otoño.
Tras la puesta del
Sol serán visibles Marte y Mercurio, este último sólo hasta finales de julio y
allí donde el horizonte oeste sea llano. A partir de primeros de septiembre
podremos ver también a Saturno, hacia el este.
Durante el
crepúsculo matutino podremos contemplar a Venus y Saturno, el segundo cada vez
más cerca del Sol. Júpiter será visible desde comienzos de julio, y Mercurio,
entre primeros de agosto y principios de septiembre donde las condiciones sean
propicias para su observación.
En el verano
de 2025 tendrá lugar un eclipse de total de Luna, el 7 de septiembre, y un
eclipse parcial de Sol, 21 de septiembre. El primero, que en España ocurrirá al anochecer (la Luna saldrá ese día ya eclipsada), será visible en Europa, Asia y
Oceanía, mientras que el segundo afectará al Pacífico sur, Nueva Zelanda y la
Antártida.