Llega un nuevo solsticio, y este adjetivo de “nuevo” no es sobrero. Como hace exactamente un año sidéreo, el próximo jueves 21 de junio a las 12 horas y 7 minutos de hora oficial peninsular, la tierra alcanzará un punto de su órbita en torno al sol (llamada eclíptica) desde el que podremos observar cómo éste penetra en el signo zodiacal de Cáncer, quedando así inaugurado el verano en el hemisferio boreal; pero esto va a suceder unas seis horas más tarde que en 2017. La razón es que la tierra tarda 365 días solares y cuarto en regresar a un mismo punto de su órbita (hecho por el cual hay que añadir un día más a nuestro calendario cada 4 años) y por consiguiente el solsticio se retrasa un cuarto de día respecto al año precedente.
Hans Sebald Beham, "Sol" (1539)
Tampoco este punto de la eclíptica se encuentra en la misma posición respecto al cielo de las estrellas fijas que hace 12 meses: debido al movimiento de precesión, los equinoccios y los solsticios se desplazan retrógradamente sobre el cinto de las constelaciones zodiacales a razón de 50 segundos de arco por año, completando una vuelta entera cada 25.920 años. Por otra parte, el sol no está situado en el mismo lugar que hace un año en nuestra galaxia -la Vía Láctea-, ni ésta con respecto al llamado Grupo Local de galaxias que giran en torno a un centro de masas común, ni el Grupo Local en relación al supercúmulo estelar al que pertenece, ni dicho supercúmulo con respecto a las macroformaciones estelares de su entorno, de las que se separa corriendo por el espacio a una velocidad de unos 2 millones de kilómetros por hora en dirección a algún punto de la constelación del Centauro, el cual a su vez se está desplazando…
Y nosotros, ¿dónde es que estamos?
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