sábado, 18 de julio de 2015

Cosmografías (I)

La voz "cosmografía" deriva del griego kosmos ("mundo", "universo", o más propiamente "orden", "estructura") y de grapho ("yo describo"). Alude, pues, a una descripción de la estructura del universo que necesariamente ha de ser simbólica, pues lo que se debe decir del Cosmos ante todo es que se trata de una manifestación significante de su origen inmanifestado. Una posibilidad concreta emanada de una potencialidad sin límites a la que revela.

Así, poco tienen que ver las cosmografías sagradas con las cosmologías profanas (de logos, "tratado"), enunciados y catálogos cuya razón de ser y virtualidad se agotan en la propia descripción. Como dice el poeta:
"La suma de las vueltas alrededor de un eje es igual a la numeración de las galaxias; ambas no nos dicen nada acerca del universo. Lo que está implícito en la horizontal, lo que en Él es inmanente o potencial, lo que advertimos en la interioridad de la conciencia, eso es lo que interesa. No el vagabundeo de existencias análogas, sino la esencia, la encarnación". (Federico González Frías, En el Útero del Cosmos, acto I)
Las cosmografías sagradas o tradicionales no describen al universo como un contenedor o envoltorio que recubre un interior en el que pasan cosas (por ejemplo, nuestras vidas) que no tienen nada que ver con esa piel estrellada que vemos, sino como "ciclos, ritmos, formas, números, vida, muerte y resurrección que son la vida misma transcurriendo". Es decir, como una estructura inseparable de la vida del Ser Universal, de su "siendo", y que revela a la matriz misteriosa en la que éste es engendrado. Un modelo arquetípico que está grabado en el corazón del macrocosmos y del microcosmos. Una "vibración primordial coagulada", la proyección en el espacio y el tiempo de la Cosmogonía.


Reloj astronómico de Praga (s. XV)

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