domingo, 1 de febrero de 2015

Tauro

Las constelaciones zodiacales del toro y los gemelos flanquean a Orión en el cielo de invierno. Cuenta Eratóstenes sobre Tauro que pasó a formar parte de la bóveda celeste por haber llevado a la princesa Europa desde Fenicia hasta Creta atravesando el mar. Explica el mito que el toro era el propio Zeus, quien se había metamorfoseado para poder aproximarse a la virgen fenicia. Un día en que Europa estaba recogiendo flores cerca de la playa, vio al animal bañándose y se quedó prendada de él. Acercándosele, le acarició los costados y viendo que era manso, se encaramó a su lomo. Habiéndose montado la doncella en el toro, éste la raptó nadando velozmente hacia mar abierto. Al llegar a Creta, Zeus reveló su identidad a Europa y ella se convirtió en la primera reina de la isla. Los hijos de Zeus y Europa fueron Minos, Radamantis y Sarpedón.

La constelacion de Tauro (Urania's Mirror, Londres, ca. 1825)

Eratóstenes recoge también la tradición según la cual la constelación de Tauro sería una vaca réplica de Io, hermosa muchacha de la ciudad de Argos de la que se enamoró Zeus y a la que transformó en una ternera blanca para salvarla de las iras de la celosa Hera. Añade el autor que las Híades, el cúmulo de estrellas que envuelve el hocico de Tauro, son unas ninfas de Dodona que criaron como nodrizas a Dioniso y que “entregaron al niño a Ino, por miedo a Hera, cuando Licurgo se puso a perseguirlas porque estaban en compañía del dios y se dedicaban a cultivar la vid.” En el mundo romano, Tauro estaba consagrado a Baco; durante las festividades del dios, se llevaba un toro ornado por guirnaldas de flores en torno al cual bailaban muchachas que representaban a las Híades y a sus hermanas las Pléyades.

En el antiguo Egipto se identificó a Tauro con Osiris, representado como un dios-toro, y también con Isis, la cual era figurada como una diosa-vaca. En la tradición hebrea se relacionaba a la constelación zodiacal con un buey y en Persia, con el toro de Mitra.

A Tauro se le reconoce principalmente por Aldebarán, la estrella gigante roja, fría y muy antigua que luce en uno de los ojos del toro, así como por el cúmulo de las Pléyades que se encuentra en el lomo del animal. Las Pléyades eran hijas de Atlas, y se dice que Artemisa las elevó al cielo para que pudiesen escapar de la persecución amorosa de Orión. En la antigüedad griega se les llamaba heptásteras, siete estrellas, aunque una de ellas es muy tenue y sólo se divisan seis Pléyades a simple vista. Eratóstenes cita que estas últimas se unieron a dioses mientras que aquélla se desposó con un mortal. Arato escribe que los nombres de las siete Pléyades son Alcíone, Mérope, Celeno, Electra, Estérope, Taígete “y la venerable Maya”, la madre de Hermes, y que “son  célebres por dar vueltas tanto por la mañana como por la tarde, gracias a Zeus, que las hizo señalar el comienzo del verano y del invierno y la llegada de la labranza.”

Las Pléyades en el manuscrito Aratea (s. IX).
Biblioteca de la Universidad de Leiden, Holanda.

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